Mateo no
tenía sueños, sabía lo que era soñar porque lo había escuchado en el cole.
Todos sus compañeros habían tenido algún tipo de sueño alguna vez y lo
recordaban, pero él no. A veces se echaba en la cama y cerraba fuerte los ojos
para intentar descubrir lo que era
soñar.
--¿Cómo puedo tener un sueño?--, le preguntó una noche a su mamá.
“Los sueños llegan cuando todo lo bonito que
tienes guardado en tu cabeza sube al cielo por una escalera. Es entonces, allí
arriba, cuando la magia empieza a aparecer. Pero yo no puedo contarte más… eso
lo tienes que descubrir tú. No te
preocupes que el día que menos lo esperes aparecerá esa escalera”
Una noche por fin
ocurrió lo que él tanto esperaba. Sin pretenderlo, en mitad de la noche algo
empezó a moverse dentro de su cabeza y una historia mágica empezó cobrar vida.
De pronto estaba en una calle que no conocía, su abuelo estaba con él pero no
estaban aparcados los coches que a él tanto le gustaban. Al fondo de la calle
había una montaña muy grande de color azul y las nubes discutían entre ellas
para ver quién era la primera que la rozaba con sus cuerpos de algodón.
Mateo estaba
sorprendido, ¿nubes que hablaban?, ¿una montaña de color azul? Le gustaba lo
que estaba viendo pero a su vez le asustaba un poco. Entonces buscó la mano de
su abuelo para cogerla fuerte pero… había desaparecido!! En su lugar había un
hada de rubios cabellos que le animaba a acercarse a la montaña azul.
Mateo y el
hada empezaron a correr para intentar llegar a la montaña azul, pero cuanto más
corrían más se alejaba. Qué situación tan sorprendente, ¿cómo podía ser
posible?, ¿dónde estaba su casa?
El hada cogió la mano del niño y le dijo que
tenían que darse prisa, se estaba acercando el momento de despertar y tenía que
devolverlo a su cama antes de que papá y mamá se levantasen.
De pronto,
Mateo abrió los ojos y apareció en su cama de nuevo. Una sensación difícil de
describir estaba apareciendo. No sabía si estaba asustado o sorprendido, si se
sentía feliz de verse de nuevo en su cama y en su casita o si en el fondo le
hubiese gustado llegar a alcanzar esa montaña azul.
A la mañana
siguiente se despertó y recordó toda su
aventura nocturna. ¡Por fin había viajado a ese mundo mágico del que tanto
hablaban sus amigos! Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!
Gracias a Anabel García Capapey - Terapia Gestalt y Cuentoterapéuta- por animarme a escribir los cuentos que invento inspirados en el día a día con mi hijo mayor Gabriel.
May, Zaragoza, 24 de mayo de
2013